«Memoria del futuro» Por Ignacia de Pano @ignaciadepano

«Bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez…»

Hay versiones contrapuestas. Pero la que a mí me gusta es la siguiente:

Consuelo, Consuelito Velázquez, compuso «Bésame mucho», el bolero más versionado de la historia, a los dieciséis años.

Cuando aún no la habían besado.

Como pudo una niña escribir algo así es algo que no puede entenderse racionalmente. Es posible que ni ella misma supiera explicar cómo lo hizo. Qué, o quién, la poseyó para describir no la anticipación del primer beso sino la agonía del último.

Consuelito, en su cuarto de niña.

Adivinando, acertando.

Porque no hay muchos besos, sino uno solo. Alguien, algo, le susurró, antes de saberlo, que en ese asunto a vida o muerte no hay sustantivos, solo verbo. Bésame. Bésame mucho.

«Quiero sentirte muy cerca, mirarme en tus ojos, verte junto a mí..»

Consuelito tenía, como alguien me dijo una vez, memoria del futuro. Adolescente que recuerda, sin haberlo vivido todavía, el dolor por dentro cuando él, o ella, se van.

«Piensa que tal vez mañana, yo ya estaré lejos, muy lejos de ti…»

Consuelito, a los dieciséis años, y mortal. No se siente eterna, como nos sentimos todos a esa edad. Sabe, porque hay un dios que se lo susurra al oído, que las cosas se acaban. No es de mármol, como todos los adolescentes. Lo que escribe, como en trance, son palabras de carne que sabe que envejece. Que tiene miedo, eso tan adulto, tan familiar a los que con el paso de los años comprendemos por experiencia lo que ella intuye.

«…Que tengo miedo a perderte, perderte después…»

De todas las versiones, más de mil, que ha tenido este bolero alfombra mágica, solo la de João Gilberto recoge la Revelación que contiene y la desvela en toda su angustia, su profundidad, su deseo. Ya no es un bolero, ya no se baila, es una oración. Y se escucha y se canta por dentro, con los ojos muy cerrados. Es una ceremonia, una invocación.

Es algo muy serio.

Más de ocho minutos de trance hipnótico. Con el mítico arreglo de cuerdas de Claus Ogerman poniendo el nudo en la garganta a la voz monocorde y ronca de João, que suplica.

En esta versión no hay final feliz. Algo, esa guitarra como una red armónica y desesperada, nos dice que él, que ella, se irá.

Y que no sería beso si no supiéramos que se acaba.

João adulto, Consuelito niña. Nosotros.

Y la vida entera en ese «después» del minuto 7.54.