Por la gracia de Sánchez. Por Antonio Jaumandreu

«En aquellos tiempos las diferencias se ventilaban de manera menos civilizada, y en nuestro país empezaron a sucederse los enfrentamientos, los asesinatos, los ajustes de cuentas, las sublevaciones, las quemas de iglesias y fábricas. Y finalmente media España se alzó contra la otra media, que a su vez previamente había intentado borrarla de la faz de la tierra».

Probablemente muchos de entre los jóvenes ignoren que Francisco Franco se consideraba “Caudillo de España por la gracia de Dios” y que así lo proclamaban las monedas acuñadas durante su largo mandato, que se extendió desde abril de 1939 a noviembre de 1975. Treinta y seis años. Algo menos de lo que lleva el PSOE gobernando ininterrumpidamente en Andalucía, por poner un ejemplo que resulte fácil de entender…

Franco fue un dictador. Empecemos por ahí. Y por aclarar que cuando el dictador murió yo tenía quince años, honi soit qui mal y pense. Su larga dictadura tuvo épocas de extrema dureza y otras más blandas, rozando un paternalismo autoritario. Una situación por otra parte propia de las dictaduras “de derechas”, de las que suele decirse que, si no te metes en política, puedes vivir razonablemente bien. Claro: ni en política, ni en moral, ni en cultura, ni… O sea: trabaja y calla y no te pasará nada.

Por supuesto las etapas más duras estuvieron trufadas de juicios sumarísimos, consejos de guerra, tribunales de orden público, ejecuciones, abusos policiales, torturas en comisarías, nepotismo, corrupción… Lo propio de un régimen dictatorial muy extendido en el tiempo.

Sin embargo, el franquismo (de los pocos regímenes que han acabado adoptando el nombre de su fundador) siguió contando hasta su extinción con un apreciable grado de apoyo popular. O si lo prefieren a la inversa, con un escaso grado de rechazo activo entre la población, moviéndose la mayoría entre el apoyo, la resignación y la indiferencia hacia aquel octogenario que torpemente se aparecía en televisión el día de Nochebuena. Y es que la gran diferencia entre el franquismo y otras dictaduras radica en que aquel surgió de una guerra civil de tres años y no de un golpe de estado fulminante. Y en una guerra civil se dan al menos tres circunstancias: una, que da de sí para que se cometan por ambos bandos muchas muertes, muchos ajustes de cuentas, muchas venganzas y muchas salvajadas. Dos, que no suelen brotar de la noche a la mañana, como por ensalmo, sino que se van larvando durante años. Tres, que aunque en una guerra fratricida en realidad todos salgan derrotados, lo cierto es que en la práctica unos la ganan y otros la pierden.

Esa es la situación, guste o no. En los años 30 del siglo pasado, turbulentos en toda Europa, España vivió un período semirrevolucionario por parte de unas izquierdas que, una vez en el poder y por medios un tanto cuestionables, pretendieron dar la vuelta a la sociedad española como a un calcetín, sin contar por supuesto con los que estaban precisamente al otro lado de ese calcetín. En aquellos tiempos las diferencias se ventilaban de manera menos civilizada, y en nuestro país empezaron a sucederse los enfrentamientos, los asesinatos, los ajustes de cuentas, las sublevaciones, las quemas de iglesias y fábricas. Y finalmente media España se alzó contra la otra media, que a su vez previamente había intentado borrarla de la faz de la tierra.

Lo siento, pero no puedo aceptar la versión izquierdista de la historia, según la cual cuatro militares, otros tantos banqueros y un puñado de obispos se levantaron contra una república ejemplarmente democrática. Ni tampoco la visión interesada de la derecha por la cual la guerra era una cruzada sagrada. Lamentablemente, los españoles no supieron en aquellos momentos gestionar sus diferencias y se acabó imponiendo la voluntad de ambos bandos de aplastar al contrario para consolidar un régimen que excluyese al que pensaba diferente. Y tras un millón de muertos unos ganaron e impusieron su régimen dictatorial, y los otros perdieron y no pudieron imponer el suyo que, en mi opinión, no hubiese sido menos tiránico a juzgar por las experiencias comunistas de la época en los países del este de Europa. Pero eso evidentemente es una opinión, ya que la única realidad constatable es que existió una dictadura encabezada por el general Franco.

En todas partes hay grupúsculos de nostálgicos que consideran que en un momento determinado la historia equivocó su rumbo y por tanto todo lo sucedido desde ese momento, que por supuesto ellos eligen, nunca debió ocurrir, y viven empecinados en hacer retroceder la historia hasta ese punto concreto con la vana ilusión de alterar su curso o, en el peor de los casos, obtener algún tipo de rédito en materia de imagen o de votos. Azuzar las bajas pasiones, y entre ellas por encima de todas el rencor y el revanchismo, suele ser argumento que por desgracia ofrece una cierta y fugaz rentabilidad.

En España, ese fenómeno que en otras partes del mundo es perfectamente marginal cuenta con dos potentes motores que nos convierten en un escenario excepcional: los nacionalismos, con la mirada puesta varios siglos atrás, y la izquierda, que se remonta un poco menos lejos, a tan solo ochenta años de distancia. Y lo preocupante es que aquí esas actitudes las defienden partidos importantes que ostentan además responsabilidades de gobierno. Y aún más preocupante que eso resulta el hecho de que hay cientos de miles de votantes, millones en realidad, que siguen dispuestos a movilizarse por hechos a los que quienes los protagonizaron dieron sabio carpetazo hace ya cuarenta años. Es sorprendente, pero al contrario de lo que enuncia la llamada “ley de Godwin” sobre la “reductio ad hitlerum” (a saber, que cuando en una discusión alguien desenfunda el argumento de citar a Hitler para combatir al contrario en realidad ya ha perdido el debate), en España la “reductio ad francum” funciona justo al revés: cuando el progre de guardia acusa al contrario de franquista, ha ganado automáticamente la discusión. Spain is different.

El caso es que al Sr. Sánchez, llegado al poder de forma que, por simplificar, calificaremos de inverosímil, y que parece decidido a utilizar hasta el último día de la legislatura para que le paguemos entre todos una fastuosa campaña electoral, le ha parecido una gran idea sacar a pasear, literalmente, el fantasma de Franco. ¿Es urgente? No, el PSOE ha gobernado décadas en España y pudo hacerlo antes. ¿Es importante? No, nadie excepto la izquierda radical (valga la redundancia) piensa en Franco hoy en día. ¿Es útil para el ciudadano? No. ¿Es necesario? No. Pero El Sr. Sánchez cree que para sus personales intereses políticos sí será útil, porque moviliza los odios que de siempre anidan en las entretelas de nuestra izquierda, con diferencia la más rencorosa de nuestro entorno (probablemente por el hecho antes comentado de haber perdido una guerra civil). Y sobre todo porque obliga a sus adversarios a posicionarse en una defensa imposible: cualquier cosa que hagan PP o C’s que no sea aplaudir con las orejas les incluirá en el bando de los franquistas.

No descartemos momentos de gloria audiovisual de esos a los que nos va acostumbrando el presidente más fotogénico de la democracia española. Qué sé yo, su presencia pensativa y solemne junto a la fosa en el momento de extraerse el ataúd, a poder ser en un día lluvioso y gris. O despachar los restos de Franco a una fosa común. O propinarle al vetusto cadáver un paseíllo por las calles para ser abucheado por las masas, siempre propicias a linchar a quien no puede defenderse. Una despedida mussoliniana, ochenta años tarde.

Remover tumbas y muertos es, como mínimo, muy antiestético y carente de toda elegancia. Hacerlo con un indisimulado ánimo revanchista denota además un importante déficit de señorío. Estos temas se resuelven (y debió hacerlo el PP) con discreción y bajo mano: se sienta a la familia Franco a una mesa y se acuerda la manera de que ellos mismos lo soliciten. Y querer ganar una guerra ochenta años tarde es como entretenerse dando un rodeo para llegar al campo de batalla cuando los tiros ya han cesado. Pero claro: he reunido en un párrafo señorío, elegancia y valentía, y no parece que sean precisamente estos los símbolos que adornan la personalidad, digna de estudio, del Sr. Sánchez. Y es que donde esté una buena turba, ¿para qué tirar de discreción?

Lo dicho: quedo a la espera de las imágenes. Las habrá y nos producirán una mezcla de repulsión, vergüenza ajena y miedo. Y a continuación, con las fotos de unos cientos de franquistas trasnochados chillando consignas, los políticos y los medios, confundidos ya en un solo altavoz, pasarán a advertirnos del enorme riesgo del resurgimiento del fascismo en España. Mientras, el ruido impedirá que escuchemos al fondo el sordo rumor de las subidas de impuestos, de los recortes en la calidad democrática, de los enchufes por centenares de amigos y fieles, de la entrega de RTVE a Podemos, de las cesiones ante los separatismos vasco y catalán, de las avalanchas de inmigrantes, del decreto como forma de gobierno para soslayar la minoría parlamentaria con que se cuenta.

En suma, de un gobierno que en sus escasísimos meses de vida ya augura que será el peor de la democracia.

Autor: carmenalvarezvela

Abrí este blog para hablar de España y conforme ha pasado el tiempo, algunos amigos mucho más cualificados que yo colaboran para expresar nuestra común preocupación por los males que nos aquejan como nación. Otros participan escribiendo sobre música, cine, literatura, historia ... Debería cambiar el nombre del blog, "No me resigno", como mínimo por "No nos resignamos", ya veremos. Mi amigo Emmanuel M. Alcocer me dijo una vez que el peor error es el error de perderlo todo por no haber hecho nada. Pues ahí estamos, intentando hacer algo.

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