“… la Ley, sólo y nada más que eso, es lo que respalda y legitima la actuación del gestor público; y si te saltas la Ley, tu función y tu mera existencia como gobernante (o como policía autonómico) dejan de tener sentido y justificación.”
Lo que está ocurriendo hoy en Cataluña es normal. Bendita normalidad.
Si toda inobservancia culpable de la Ley es reprochable, en el caso de los gestores públicos resulta escandalosa. Y si estas situaciones no se cortan de raíz por los medios que la propia Ley prevé, el Estado de Derecho se nos erosiona indefectiblemente y, al final, ni derechos fundamentales, ni libertades públicas, ni seguridad jurídica, la risota mundial y la vuelta a las cavernas.
Gobernar, gestionar la cosa pública, no es “quítate tú que me pongo yo”. No es “hemos echado a la casta, a los políticos, y ahora estamos la gente”, porque desde que tomas posesión, ya eres tú el político y el —teóricamente— responsable.
Gobernar, gestionar, no es dar abrazos y sonrisas de arco iris y unicornios, ni pretender que todo se arregle con una frase de Mandela (si es que tan siquiera llega a ser suya). No es proclamar que ha llegado el tiempo de los abrazos, del buen rollo, del aire fresco y las bicis sostenibles. No es dar la voz a la “ciudadanía” (lo que o demo quiera que sea eso), ni consultar por dónde ir a golpe de referéndum o de asambleas de “vecinos” sentados en el suelo en plan kumbayá; porque ya has recibido un mandato de los ciudadanos (de la “gente”, de todos, lleven corbata o no), para que asumas tu responsabilidad y resuelvas problemas seriamente y trabajando duro.
Y resulta que todo eso, lo de gobernar y gestionar, hay que hacerlo —además de con eficacia y eficiencia— con absoluto respeto a la Ley, porque la Ley, sólo y nada más que eso, es lo que respalda y legitima la actuación del gestor público; y si te saltas la Ley, tu función y tu mera existencia como gobernante (o como policía autonómico) dejan de tener sentido y justificación.
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