“Pedro Insua nos viene a despejar dudas sobre las fuentes filosóficas y literarias de un soldado poeta –o poeta soldado– como es Cervantes. Ejerciendo a su vez una potente crítica contra la leyenda negra antiespañola, tan pregnante”.
El libro de Pedro Insua que nos proponemos resumir –Guerra y Paz en El Quijote. El antierasmismo de Cervantes [Ediciones Encuentro, Madrid, 2017, 95 págs.]– es corto pero certero. Un libro que se introduce directo, como una cuchillada, en la interpretación literaria española y en concreto en la cervantina. Un libro que no puede dejar indiferente a nadie que se interese por estos temas. Crítica literaria y filosófica a la vez realizada desde las potentes tesis del Materialismo filosófico y desde una sólida base documental y bibliográfica.
Pedro Insua nos viene a despejar dudas sobre las fuentes filosóficas y literarias de un soldado poeta –o poeta soldado– como es Cervantes. Ejerciendo a su vez una potente crítica contra la leyenda negra antiespañola, tan pregnante. Una leyenda que se cuela por los resquicios más estrechos y que los propios españoles alimentamos día a día. Porque, ¿cómo podía ser que en la oscura y fanática España se dieran tan altas plumas y tan elevados pensamientos? Tiene que ser por influencia extrajera –erasmista–, una influencia que, ante la cerrada España, se colaría a pesar de las férreas censuras –lo cual ya es una contradicción, pero la leyenda negra no requiere de coherencia, tan sólo de crédulos y mala fe–. Y es que la literatura, la filosofía y por tanto también la crítica literaria son tareas que además de culturales son políticas. Y tratándose de la punta de lanza de las letras españolas el tema y la importancia no son asunto nada baladí.
Así pues, en su libro nuestro autor va a realizar un recorrido por las interpretaciones erasmistas de Cervantes, y en concreto de El Quijote. Unas interpretaciones erasmistas que, por su irenismo y su pacifismo evangélico, poético, no casan en absoluto ni con los textos cervantinos ni con la vida misma del propio autor del Siglo de Oro. Erasmo, que rechazó venir a España cuando fue invitado por estar «infestada» de judíos y moros –non placet Hispania– pero que, sin embargo, llega a desprestigiar en muchas ocasiones la guerra contra el Turco –aunque cuando le convino también la apoyó–, propugnaba la oración y la ciencia (filológico-teológica) como las armas del cristiano. Esas son sus armas, su enquiridión, y no la espada y el arcabuz. Para él todo cristiano que emplee las armas se condena a sí mismo, pues el evangelio se difunde por la palabra y el ejemplo, nunca por la espada.
Cervantes, al contrario, como demostrará Pedro Insua a lo largo de las dos partes en las que se divide el libro, será un firme defensor de la superioridad de las armas sobre las letras –la ley–, pues las permiten, defienden y garantizan. Y un firme defensor de las armas no por belicista, no por soldado –pues tampoco hay en Cervantes una defensa de la guerra por la guerra misma, al contrario–, sino como necesarias para el Estado moderno y el Imperio español. Objetivo directo al que apunta El Quijote, una forzosa ridiculización del honor caballeresco, anarquizante, que dentro de un Estado moderno –necesitado de ejércitos, no de caballeros justicieros– ya no tiene cabida. Antes son un problema que una ayuda, pues ahora es el Estado quien tiene el monopolio de la violencia y quien imparte la justicia. De ahí la locura, el desfase y el ridículo del empeño caballeresco.
De modo que antes que en Erasmo, aunque no hay por qué negar influencias de éste en Cervantes, como en muchos otros españoles, las principales fuentes cervantinas son internas a la sociedad política española. Y en concreto fuentes de corte aristotélica –que no tomistas–, seculares, maquiavélicas y naturalistas, pasando así por un Sepúlveda o un Pomponazzi. Cosa, por otra parte, que no encontramos sólo en Cervantes, sino que es algo común a una larguísima lista de literatos, poetas, filósofos y teólogos españoles de los siglos XVI y XVII. Algo que Pedro, en su magnífico libro, se encarga de resaltar y justificar con amplio detalle.